Hace un tiempo hablé un poco de esa gran película de David Fincher que fue El Club de la Pelea, y continuando con este interesantísimo director hoy les traigo otro de los grandes aciertos de su carrera, Se7en o Pecados Capitales en nuestros pagos, de 1995.
La virtud más grande del estilo de David Fincher es su capacidad de caracterización de personajes y del entorno de estos como una prolongación de su universo interior. Este estilo del director resalta en la manera en que hace uso de los recursos técnicos y formales para llevar a cabo esta labor. Así tenemos en los primeros minutos de Se7en una muestra magistral de presentación de los protagonistas y su entorno. Desde el comienzo se nos presenta al detective Somerset (Morgan Freeman), vistiéndose lentamente frente a un espejo, meticulosamente agarra su placa de detective, luego su navaja, luego una lapicera, las tres cosas están acomodadas sobre una mesa manteniendo un orden perfecto y simbolizan tres aspectos muy diversos que conviven dentro suyo, luego saca una minúscula pelusa de un traje que está sobre la cama y se lo lleva, se realiza un corte, vemos un hombre muerto sobre una cama. Somerset es calculador y reflexivo en su trabajo, nos enteramos que está por retirarse en el preciso momento en que aparece en escena el detective Mills (Brad Pitt), quien entra con un look descuidado, sonriendo y mascando chicle. Afuera hay una tempestad, una lluvia que no va a dejar de caer recién hasta el final de la película, no es una lluvia purificadora en sí, es el anhelo de una purificación drástica como la lluvia en Taxi Driver sobre la cual Travis dice “Un día caerá una lluvia capaz de limpiar de las calles toda esta escoria“.
Mills se muestra verborrágico, la cámara los sigue pero se detiene cuando Somerset lo hace, y se queda con Mills cuando Somerset decide que la conversación terminó, él tiene el control, Mills aún es un novato. Vemos a Somerset en su cama, el día terminó, se saca sus anteojos y activa un metrónomo, su sonido constante, perfecto, predecible es lo único que le permite dormir, ahí llegan los títulos, si hay algo que espero con impaciencia cuando veo una película de Fincher son los títulos, su manejo de la estética siempre me asombra, siempre es revelador, siempre ofrece datos concretos sobre sus películas. Acá los títulos parecen ser una pesadilla premonitoria del propio Somerset, una pesadilla en donde un hombre anota atrocidades en una libreta, en donde juega con una hoja de afeitar, en donde fotografía a la gente que le produce repulsión para luego tachar sus ojos, en donde censura de los miles de libros que lee las palabras que le aborrecen, los títulos una vez más son el resumen de lo que vamos a ver.
La iluminación cenital juega un papel fundamental en la creación de la atmósfera de opresión del film, una tensión constante entre las personalidades de Somerset, Mills y El Fulano pero sobre todo la de los dos detectives que representan al Hombre Clásico y el Hombre Moderno, como ya dijimos uno es temperamental y ese temperamento lo llevará al trágico final, el otro es pura reflexión e interioridad, Somerset encuentra su espacio en la biblioteca donde pasa horas leyendo mientras que en un montaje paralelo vemos al mismo tiempo a Mills viendo fotos, esa construcción tan fina, que va más allá de si uno usa revólver y el otro un arma automática como suele caracterizarse a estas dos clases de detectives a lo largo de la historia del cine son las que hacen de David Fincher un director distinto, un director que entre otras cosas adora mostrar que el amor más perfecto es producto de un lapso de tiempo corto como el de Mills y su esposa, un balance tan débil como el de las paredes de su propia casa ante la pasada de ese tren que lo mueve todo.
En la próxima entrega detallaremos las razones de esta construcción y como se relacionan con El Fulano y sus asesinatos.