La Jugada Maestra

Encasillado

Las biopics suelen oler a rancio. El tono dramático y trascendental (principalmente) que se les desea imprimir, resultan módulos de ajuste de las historias a contar. Sólo algunas logran cobrar valor cinematográfico. Y muy pocos (contados con los dedos) son los directores que logran algo inolvidable. En este caso, la vida de Bobby Fischer a manos de Edward Zwick no va a pasar a la historia. El director de la destacable El Último Samurai y la olvidable Diamante de Sangre, no escapa al estándar oficial de cómo hacer una biopic.

La Jugada Maestra (Pawn Sacrifice) se puede entender como un proyecto de vanidad de tobey-maguire/">Tobey Maguire (productor de la película). Una de esas historias con papeles oscarizables. Aunque no resultó de ese modo, la historia de Bobby Fischer tiene tela para cortar. Lo que sucede es que el personaje es dibujado desde retazos de su crecimiento e hitos de locura, y nunca logra romper lo conservadora de la propuesta. El centro del relato es el enfrentamiento con el gran maestro y campeón mundial de ajedrez Boris Spassky, interpretado de forma interesante por Liev Schreiber. El actor, siempre implosivo, resulta destacable frente al desatado rol de Maguire. Ubicada en plena guerra fría, el duelo sirve para mostrar la utilización de los representantes de ambos lados de la cortina de hierro.

 La sensación de omnipotencia de las grandes mentes, y el trastorno que eso conlleva, es uno de los temas de la película.

Lo atrayente es ver este juego de presiones y desprecio por lo humano mientras el objetivo (ganar, siempre ganar) sea cumplido. Dos mentes geniales para exponer quién representa un “modelo” superior. Bobby es ese peón a ser sacrificado (nunca nadie se preocupa por el deterioro mental) para que Estados Unidos pueda rivalizar con los imbatibles rusos. La sensación de omnipotencia de las grandes mentes, y el trastorno que eso conlleva, es uno de los temas de la película. Pero debido a la necesidad de hacer el chequeo de momentos importantes, de dar saltos temporales y narrativos para entregar dinámica, nunca se rasga la superficie de la historia. Uno puede ver a Fischer perdiéndose desesperado en casillas blancas y negras, tratando de controlar insanamente todo, pero aún así, no movernos del asiento. Una locura amoldada. Una película de molde.