Victoria, de Sebastián Schipper (Sección: Vanguardia y Género) por Cecilia Martinez.
LA MEJOR PELÍCULA DEL FESTIVAL. Cuando arrancó, pensé, “cómo les gusta a algunos directores cancherear con un plano secuencia virtuoso que pretende reflejar el supuesto tamaño de su pito”. Hasta que advertí que toda la película era un plano secuencia, toda. Sé que seguramente el plano está intervenido digitalmente, pero prefiero pensar que en realidad el tipo sí la filmó de un tirón, sin haber ensayado mucho, y le dijo a los actores: “lean el guión, sepan más o menos para dónde vamos y, después, improvisen, hagan su magia”. Victoria se siente así, real como ese plano secuencia que nos arrastra por Berlín, real como los personajes que hablan como personas reales, se interrumpen, se pisan, se traban, se ríen, arman una coreografía involuntaria como si no estuviesen actuando, como si la cámara estuviese ahí, furtiva, captando esos momentos, en los que Victoria se transforma, en tan solo unas horas. Una pianista virtuosísima que toca uno de los Vals de Mefisto de Liszt como los dioses y que parece avivar toda su pasión contenida y salir a la vida, con un pasado de frustraciones y fracasos que olvidar. Como en el Fausto de Nikolas Lenaud (en el que se inspiró Liszt), Sonne introduce a Victoria en un mundo desconocido y, como ella jamás duda ni se amedrenta, pronto se convierte en parte del grupo, ese grupo que celebra la victoria bailando, salvajes y libres, como Mefistófeles y Fausto. Lo que sigue después es la parte más asfixiante de la película y cuando tomamos real conciencia de que ese plano secuencia que jamás se detiene es el perfecto y único correlato visual posible de esa acción que nunca para, durante esa noche que se convierte en día y que supone la transformación de Victoria, como la de Fausto.
The Look of Silence, de Joshua Oppenheimer (Sección: Panorama) por Cecilia Martinez.
Así como el título The Act of Killing remitía a la acción de matar y al acto en sí como escenificación de una obra teatral, The Look of Silence también tiene una doble acepción. Por un lado, “look” es “aspecto”, el aspecto que tiene el silencio, la percepción que se tiene de él. Por otro, es “mirada”, la mirada de aquellos que callan, que callan los horrores que cometieron y que no están dispuestos a aceptar. Joshua Oppenheimer vuelve a ocuparse del genocidio en Indonesia, esta vez con Adi, hermano de un hombre muerto a manos de los genocidas. Adi nunca conoció a su hermano, solo a través de los relatos de su madre, quien todavía intenta superar la muerte de su hijo, criar a un marido senil y lidiar con el contacto diario con los asesinos. Porque los asesinos del pueblo siguen viviendo ahí, se cruzan con los vecinos (muchos de ellos con algún pariente asesinado), los saludan, son parte de la comunidad y aún son vistos como héroes. Pero Adi no puede hacer como si nada, no puede olvidar ni perdonar. Y así es cómo visita a varios asesinos, los de su hermano, y los confronta, con la cámara de Joshua y con su palabra. Y cuando demanda respuestas o arrepentimiento, lo único que consigue es silencio, minimización, negación y hasta amenazas. “Esto puede volver, si seguís revolviendo el pasado, esto puede volver a pasar”, lo amenaza un genocida que todavía está en el poder. Adi no busca venganza, busca aceptación de las responsabilidades, arrepentimiento y pedido de perdón. Pero eso nunca pasa. Incluso se entera de que los genocidas se tomaban la sangre de sus víctimas porque decían que así evitaban volverse locos. Y una de las escenas más conmovedoras es cuando una hija escucha por primera vez que su padre asesino bebía la sangre de sus víctimas, y no puede salir del shock. También está el tío de Adi, que fue guardia de seguridad del lugar donde tenían a los prisioneros antes de matarlos. Otro cómplice que calla, que mitiga, que elude su culpabilidad. Y Adi lo sabe, y eso le duele aun más porque es familia, y cuando se lo cuenta a su madre, ella le dice que no sabía que su hermano trabajaba ahí, y la cámara que se queda con ella mientras repite “te juro que no sabía, te juro que no sabía” planta una duda que jamás se podrá erradicar. Esa es la mirada del silencio, esa es la sensación de impotencia que sentimos cuando observamos a las personas que callan y que siguen siendo cómplices y culpables del horror.
