Otro festival que termina y con él un año lleno de acontecimientos inolvidables, de ésos que perduran en nuestras retinas, a 24 cuadros por segundo. El cine, por suerte, vence distancias y barreras lingüísticas, de manera casi inmediata. En mi caso en particular, me vienen a la mente aquellas películas, estrenos, retrospectivas y focos que más me marcaron en este 2014 que termina, haciendo foco en los Festivales con los que, ya sea por cercanía y apego personal, tengo mayor afinidad y nostalgia: el 64° Festival de Cine de Berlín -64° Internationale Filmfestspiele-, 16° BAFICI, y el 29° Festival de Cine de Mar del Plata. Surgen, inevitablemente, ciertos planteos estéticos –políticos a veces, sin duda- en sus programaciones, actividades y proyectos a futuro.
Todo festival cuenta con ciertas características que lo hacen único.
En cuanto a la Competencia Oficial Internacional, Berlín tuvo como protagonistas a dos largometrajes argentinos: La Tercera Orilla, de Celina Murga e Historia del Miedo, de Benjamín Naishtat, que también lo fue en nuestras latitudes. Sin dudas, este último título cosechó aquí una aceptación mucho más amplia que responde al color local y problemáticas sociales complejas y muy nuestras que exceden un planteo estético, por otra parte, celebrado. En cuanto a películas extranjeras, una mención aparte para el brillante cine coreano, siempre presente en las programaciones de Festivales que se precien de serlo; ya sea en un foco o retrospectiva –como sucedió en BAFICI en el 2013 con Hong Sang-soo- o con programaciones acertadas en Mar del Plata, ya sea con Hill of Freedom del mismo director, Revivre, de Kwon-Taek Im o Alive, de Park Jungbum. En Berlín por su parte, se estrenó Sprout, de Ga-eun Yoon, y Non-Fiction Diary, de Jung Yoon-suk. Ambos directores, muy jóvenes y prolíficos, nos muestran, para nuestra tranquilidad y regocijo, que el cine coreano no sólo está vivo, sino que se reconfigura, acomoda y continúa creciendo.
Todo festival cuenta con ciertas características que lo hacen único, ya sea por apuntar al cine independiente, de vanguardia, grandes estrenos de directores reconocidos, focos, retrospectivas, y también plataforma privilegiada para inmortalizar nuevos nombres. Para mí, Mar del Plata es sinónimo, más que de estrenos mundiales (que abundan, afortunadamente, como ya se ha mencionado en otras notas aquí mismo), de poder reencontrarse con obras maestras en un escenario privilegiado, al lado del mar, en días soleados y noches abiertas. BAFICI es, perfecto oxímoron, un hermoso caos: una programación lisérgica –a veces desordenada- asombros, desilusiones, risas, desorden y encuentro. Es un clásico porteño, con todo lo bueno y malo que tiene Buenos Aires. Se dice –y adhiero a eso- que, de las ciudades europeas, la que más se asemeja a ella en cuanto a su ajetreada vida social y ofertas culturales es Berlín. Sí, son evidentes las diferencias: en la primera se festeja un festival de cine independiente, -y con un presupuesto cada vez más acotado- y en la nórdica uno de los más importantes festivales Clase A del mundo y, por si fuera poco, en el país con la economía más pujante de Europa. Pero la comparación del principio es cierta: Si en Buenos Aires, entre los meses de marzo-abril los porteños –y turistas- cinéfilos enfilamos hacia las salas, conferencias, secciones nuevas como Cine del Futuro, Workshops, Talents, Master Classes, también se pueden nombrar su correlato en la Berlinale.
Iranien, de Mehran Tamadon
Entre ellas, en ambos se vio algo del indie norteamericano con Kumiko, the Treasure Hunter, dirigida por David Zellner con guión de su hermano Nathan; hermosa fábula sobre la decadencia, la ternura y el dolor en el ser humano. En un terreno más áspero, donde se juegan decisiones no sólo estéticas sino políticas y compromisos éticos, contamos con We Come as Friends, de Hubert Sauper en el marco de la sección Berlinale Special. Película molesta a nivel sensorial casi e impertinente ya que arroja al espectador con dureza y sin reparos a la situación desesperante que se vive en el Africa sub-sahariana –Sudán en particular- para seguir luego, en este documental de denuncia, hacia otras latitudes en países sub-desarrollados de Asia y Latinoamérica. Iranian, de Mehran Tamadon, estuvo presente dentro de la sección Forum, y aquí fue parte de la Competencia Internacional. También largometraje polémico donde se hacen evidentes, en una intimidad de la vida cotidiana compartida, los límites y las distancias –¿quizás?- infranqueables entre férreos simpatizantes del gobierno iraní y el otro, europeo, con una mirada occidental liberal, y también del propio desertor iraní. En ambos casos, es curioso cómo, pese a que hay un consenso del público frente a la postura política del director, un mismo discurso se reconfigura –en la geografía, también- por su propia pregnancia.
El mismo caso en The Airstrip- Decampment of Modernism, Part III (foto principal) del alemán Heinz Emigholz. Dentro de su concatenación afiebrada de imágenes de monumentos, edificios y ruinas ocupan un lugar llamativo La Bombonera y el Mercado del Abasto –me pregunto si sabrá Emigholz la reminiscencia que tiene para todos nosotros ese lugar…-
Los Festivales de Cine son, a todas luces, una experiencia fantástica –en todas las acepciones de la palabra- onírica, frustrante y agotadora a veces. Y, parafraseando al enorme Volker Scholöndorf (recomiendo ver Diplomatie, 2014), si aquellas imágenes proyectadas en la Caverna de Platón no fueron otra cosa que la primera experiencia con el cine, entones cada uno de sus Festivales, en cualquier lugar del mundo y de cualquier tipo, no son otra cosa que un espejo -más o menos distorsionado- de nuestra sensibilidad como espectadores.
