Advertencia: Este análisis contiene spoilers.
Finalmente terminó la quinta temporada de Game of Thrones, una muy esperada por ser la que pondría al día a quienes no leyeron los libros ¿Y qué mejor manera de celebrarlo que matando a uno de los personajes más populares y, posiblemente, el último héroe que queda en este mundo tan cruel?
Pero vamos por partes…
Empecemos por Dorne, el reino que generó altísimas expectativas desde la introducción de Oberyn Martell. Hay consenso entre los espectadores respecto a que la historia parece haber sido una decepción: el Príncipe Doran se presentó como un inoperante, la rebelión de Ellaria Sand no tuvo ni el más mínimo de sutileza y las legendarias Sand Snakes se la pasaron encerradas. Quizá la culpa sea nuestra por esperar un segundo Oberyn, pero los personajes no estuvieron tan mal.
Toda la historia desarrollada en Dorne se sintió apretada y entorpecida.
Doran resulta ser lo opuesto a su hermano: paciente, calculador y práctico. Tal vez eso no lo vuelva muy carismático, pero lo convierte en un buen príncipe. Seguramente ansiábamos ver un gran plan de venganza, pero los planes no tienen por qué salir bien solo porque odiamos a los Lannister. Aun así, encontraron la manera de hacer que funcione a último momento con la traición de Ellaria. El principal problema resultó ser el espacio. A causa de las reducidas locaciones, toda la historia se sintió apretada y entorpecida, como una obra de teatro en un callejón.
Ya que mencionamos a los Lannister, pocas temporadas le dieron tanto desarrollo a Cersei (Lena Headey). Movida por su paranoia y su codicia, ella pone sobre sus hombros la tarea de evitar que su familia pierda poder, alejando a los Tyrell del trono. Sin embargo, otros personajes ya dejaron en claro que la reina no es tan inteligente como cree y es más un peón en el Juego de Tronos que un jugador.
La gran revelación de esa historia fue el fantástico Jonathan Pryce, que representa a un hombre que maneja poder e influencia con auténtica humildad y sinceridad. El Alto Gorrión logra manipular a Cersei para que ella le dé poder militar sin mentirle nunca. Y sus soldados, aunque fanáticos y extremistas, responden a la necesidad de perderle el miedo a los soberanos. La humillación de Cersei es desagradable, pero ocurre en un escenario que ella mismo impuso y no hay que dudar de que su ira se vaya a hacer notar.
Hablando de iras, la historia de Stannis, uno de los personajes más conflictivos, resultó desconsoladora. Él ganó popularidad esta temporada por su relación con Jon Snow, en la cual, sutilmente, le enseña las durezas de ser un comandante, y por profundizar su relación con su hija, Shireen. Ojalá hubiéramos visto más escenas así en el pasado, pero nada bueno dura en Westeros. Rodeado de nieve y sin hombres leales interesados en sostener su reclamo, Stannis no ve otra alternativa que sacrificar a su hija. Es fácil recriminarlo por haber cometido un crimen tan monstruoso pero es brillante cómo muestran que está tan manipulado y confundido que realmente cree que no hay alternativa. Si no sacrifica a Shireen, todos van a morir.
Stannis era el hombre que liberaría al Norte y fracasa de la manera más trágica.
Se lo ve activamente buscando razones para no hacerlo e incluso después de que lo hace no se siente satisfecho. La guerra convierte a todos en monstruos, y hay una gran diferencia entre hacer algo monstruoso por deseo y hacer algo monstruoso sintiéndose obligado. Stannis era el hombre que liberaría al Norte y fracasa de la manera más trágica: perdiendo todo antes de entregarse a la muerte.
No puedo evitar pensar que, aprovechando su impopularidad como personaje, su camino se redujo a una simple herramienta narrativa para hacer avanzar a otras historias, en vez de ser una historia completa e independiente. Prueba de eso es su casual encuentro con Brienne en el que ella cumple su venganza, cosa que jamás sucede en Game of Thrones.
Las niñas Stark tampoco la están pasando bien. Arya insiste en aprender a pelear como los Hombres Sin Rostro pero se resiste a abandonar su identidad, ya que carga con los recuerdos de su familia. Es interesante verla en una posición en la que descubre que no puede simplemente convertirse en una máquina de venganza, y sus pretensiones vienen con un precio: su vista.
A Sansa (Sophie Turner) se la ve interesada en aprender a ser más parecida a Littlefinger, pero para eso tiene que sufrir casarse una vez más, esta vez con alguien incluso peor que Joffrey. La escena de su violación fue una pérdida de la inocencia para todos, el fin de los cuentos de hadas, en especial porque su virginidad era un tema central en su historia. Ante tanta tortura, ella parece perder la voluntad de vivir, pero encuentra en Theon/Reek una razón para escapar. No todo está perdido, sus hermanos están con vida.
No podemos terminar sin hablar de Daenerys, aunque su historia es la más simplista de todas y lo viene siendo desde el inicio de la serie. Sus acciones nunca parecen tener consecuencias que la afecten directamente, aun cuando son erróneas. Toda simpatía que recibe parece arbitraria y toda recompensa viene dada por otros gratuitamente, ya sea por sus dragones que la salvan o por sus súbditos que en una noche conquistan ciudades enteras.
No hay mejor lugar para Tyrion que al lado de Daenerys.
La muerte de Barristan fue arriesgada pero no se aprovechó y no tuvo el impacto emocional que podría haber tenido. Lo mismo sucede con su decisión de casarse, ya que su prometido muere y no es un personaje particularmente memorable, y con la rebelión de los Hijos de la Arpía, que si bien es un gran conflicto, jamás llega a tocarla. Cuando llega el clímax, la situación se resuelve con ella escapando en su dragón (lo cual no sorprende a nadie, en un capítulo opacado por la muerte de Shireen) y dejando a sus súbditos a la merced de rebeldes pero sin que sufran bajas considerables.
De más está decir que no hay mejor lugar para Tyrion (Peter Dinklage) que al lado de Daenerys (Emilia Clarke), donde puede gobernar sin los prejuicios de su hogar. La Madre de los Dragones necesita al menos una persona que entienda sobre la política del reino que ella pretende conquistar ¿Qué hace a Tyrion tan especial? Es desconfiado y hace las preguntas que nadie hace, lo que esconde un gran potencial para buenos conflictos. Ojalá los veamos la temporada que viene.
Ningún otro personaje tiene tan en cuenta el bienestar mundial como Jon Snow.
Finalmente tenemos a Jon Snow (ton/">Kit Harington), en una historia de asenso acelerado y descenso precipitado. Él tiene la satisfacción de ser elegido Lord Comandante pero descubre rápidamente que gobernar es un trabajo ingrato. Aun así, prefiere privilegiar el deber y eso lo pone en una situación similar a la de Stannis: la impopularidad.
Al enfrentarse directamente a los Caminantes Blancos, en uno de los momentos más intensos de la temporada, comenzamos a verlo como un agente central en la salvación del mundo. Ningún otro personaje tiene tan en cuenta el bienestar mundial como Jon. Es el único cuervo interesado en salvar a los salvajes y paga por su heroísmo y sensibilidad con traición: sus mismos hermanos lo asesinan por ser fiel a sus creencias. No hay ningún personaje más parecido a Ned Stark.
La temporada de Game of Thrones fue lenta, como vienen siendo todas desde el fin de la Guerra de los Cinco Reyes, pero queda claro que se está armando el tablero para un enfrentamiento mucho mayor, uno que decidirá el destino de la humanidad. Sin embargo, llegamos al punto en el que muchas de las muertes dejaron de ser sorprendentes y, en algunos casos, se presentan más como una herramienta para el shock que como una exigencia natural de la historia.
