La película basado en el popular manga (y popular animé) cuenta la historia de Kenshin, un samurái vagabundo que se encuentra con Kaoru Kamiya, una joven que lleva el dojo familiar junto a su único alumno, Yahiko. La joven está en problemas por un asesino que se hace llamar Battosai, samurái cuyas historias corren de boca en boca desde la batalla en que se derrocó al Shogunato hace ya diez años. Es a partir de esta batalla desde donde se pasó a la moderna Era Meiji donde la casta samurái fue abolida. Las acciones de este falso Basttosai (el original es nuestro protagonista, que se niega a volver a matar) está alejando a los alumnos del dojo Kamiya porque se corre el rumor de que practica la técnica que allí se enseña, dándole una mala reputación. Pero la realidad es que este asesino, que está vinculado al pasado del verdadero Battosai, está empleado por un “empresario” (un burgués adinerado carente de códigos cuyo principal negocio es el tráfico de opio). Este occidentalizado empresario tiene bajo su mando a un grupo de asesinos para resolver sus problemas, porque en medio de ese río revuelto de la Era Meiji (Era de Culto a las reglas), el código de honor tiene el color del dinero. Para casi todos al menos. El momento histórico en que se ubica es trascendental, en medio de la apertura japonesa al mundo y junto a la primera occidentalización de su cultura está este choque de tradición y modernidad. El crisantemo y la espada, y pólvora.
El director Keishi Ohtomo, con mucho pasado en la televisión, carga en el film cierto espíritu frugal que ameniza pero que adolece el realismo de la Era. Cierta luminosidad como signo de esperanza funciona, un punto que le da un ánimo televisivo con aire juvenil, pero es durante los momentos más oscuros, cuando la historia (a pura guerra, sangre e inmisericordia) se viene encima donde se nota una espesura diferente, dándole una mayor carga emotiva. El apartado en que hay que sacarse el sombrero es en el de los combates. Grandes enfrentamientos, veloces, pero que se pueden disfrutar como ejemplos coreográficos. Lejos de la confusión, se disfrutan sin caer en efectos digitales extremos, aunque ahí están, en función de mostrar el cariz fantástico de los espadachines, algo justo y necesario.
El tema con los personajes es una cuestión particular. Porque para aquellos que manejen la referencia de su fuente anterior (ya sea manga o animé) siempre van sentir una falta, un vacío entre esa épica original y la adaptación real. Y aunque no difieren en demasía, algunos personajes ingresan a la historia de manera diferente para darle más dinámica al relato. En el papel de Kenshin Himura está Takero Sato, actor de dramas televisivos y de películas intrascendentes, sin brillar, cumple en ese juego que se plantea de torpe joven con brutal espadachín.
Entonces lo que queda es un metraje un tanto extenso, buenas batallas y unos secundarios que cumplen (el falso Battosai, el amigo peleador Sesonsuke Sagara, la misteriosa Megumi) entregando una adaptación de Rurouni Kenshin (Samurai X por estas tierras) que no defrauda en lo más mínimo. Los amantes de la historia original, a pesar de pequeñas diferencias, van a sentirse satisfechos de ver en pantalla una recreación live action tan fiel y divertida. Por otra parte, aquellos que sólo buscan una de samuráis van a disfrutarla; aunque tal vez con cierto reparo ante algunos juegos inverosímiles, propios de un mundo histórico pero representado a pura fantasía.
Titulo Original: Rurôni Kenshin: Meiji kenkaku roman tan // Dirección: Keishi Ohtomo // Reparto: Takeru Sato, Emi Takei, Munetaka Aoki, Yû Aoi, Teruyuki Kagawa, Yôsuke Eguchi // Guión: Kiyomi Fujii // Duración: 134 minutos // Fecha de Estreno JAP: 25 de Agosto de 2012